¿en qué gastamos la vida la mayoría de los y las trabajadoras, más allá de la jornada laboral?

En viajar. Interminables viajes, muchos de ellos en lamentables condiciones, para llegar adonde muchas veces no queremos. Lugar de trabajo, estudio, la siesta, las compras, vivienda, la espera, viaje, corridas largas horas convierten al trasporte público en algo más.

La vida se consume en trabajar, para otros y viajar mal, muchas veces, también para otros.

La ciudad extendida, la vivienda como negocio promueve la segregación, obliga a los y las trabajadoras a vivir lejos de los lugares de empleo, servicios, consumo y esparcimiento, aumentando entre otras cosas, los costos y el tiempo de desplazamiento.
Pero, hay algo que sobresale entre las demás; el apuro, el horario que apremia. Las corridas, fruto de las cancelaciones, de bombas que no fueron, accidentes o simples retrasos. El cartel que no cambia, el andén que nos queda lejos. Salir de la multitud y volver a ser un individuo, el cuerpo desvanecido por el cansancio. Un breve relato de los y las que salen a primera hora, las que llegan ultimas.

¿Por qué esta serie?

Retratar la particularidad de los viajes desde y hacia la periferia que protagonizan parte de los usuarios que habitan las periferias y las injusticias que caracterizan este tipo de viajes.
El tiempo que implica el desplazamiento, el espacio que se recorre, se vive y transforma en el movimiento; el impacto que tiene en la diversidad de cuerpos que transitan día a día, las tácticas individuales y colectivas para reducir el viaje, así como las condiciones de los medios de transporte; los intentos apresurados por reducir el tiempo del viaje, de las mayorías, en general de sectores populares.

Entonces

¿Qué acciones son necesarias para transformar estas injusticias? ¿Cómo merecemos viajar quienes habitamos el periurbano? Parafraseando a Oszlak, en estas ciudades que siguen creciendo y donde siempre han existido periferias.
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